En su libro El periodista universal, David Randall asegura que el reportero no debe tener miedo de preguntar jamás y que, por mucha que sea nuestra ignorancia, cuando no se sabe algo hay que preguntar; y cuando no se entiende algo, hay que solicitar una información.
A estas alturas, las reflexiones de Randall podrían resultar obvias, e incluso ingenuas, para cualquier estudiante de periodismo, ya que la esencia de la profesión está precisamente en el arte de saber preguntar. Sin embargo, lo dicho por el prestigioso periodista británico cobra plena vigencia si analizamos lo que ocurre en muchas ruedas de prensa en las que apenas hay preguntas.
Malo es que no haya cuestiones que formular a los interlocutores que convocan a los periodistas, pero todavía es peor que se organicen supuestas conferencias de prensa en las que no se permite a los informadores que pregunten a los protagonistas. Y esta práctica cada vez es más frecuente.
El Defensor del Lector de El País, José Miguel Larraya, alude a este fenómeno en su artículo del domingo 29 de octubre, en el que alude a las conferencias de prensa sin preguntas, a las que compara con un banquete al que se invita a alguien exclusivamente para que vea cómo comen las personas colocadas en la mesa principal.
Si los organismos públicos o instituciones quieren eludir las espinosas o aceradas preguntas de los periodistas, que envíen la información a la redacción y que la acompañen de todo el aporte documental que deseen. Pero si convocan a los periodistas no debe ser para negarles la palabra. Esto debería quedar claro.
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