El Defensor del Lector del diario El País, José Miguel Larraya, dedica su texto del domingo 25 de febrero, titulado Mandíbula de cristal, a los frecuentes errores, erratas y faltas de ortografía que aparecen en las páginas del periodico.
Todos estamos de acuerdo en que la incapacidad -y en ocasiones desprecio- que muchos periodistas muestran al utilizar el lenguaje, su principal herramienta de trabajo, resta calidad y credibilidad a los medios y supone una falta de respeto a los lectores.
Donde no parece existir ese consenso es a la hora de determinar las causas de esa dejadez lingüística y aportar soluciones. Larraya se pregunta si está descendiendo el nivel de formación de los periodistas, pese a haberse elevado a rango universitario los estudios de periodismo, y si los periódicos pueden prescindir de los correctores.
La primera pregunta que se plantea el Defensor del Lector tiene una respuesta clara. Sí, está descendiendo el nivel de formación que los estudiantes reciben en las facultades. Pero, ¿qué pasa con la formación que se imparte en másteres como el de El País? ¿Hace falta recordar que la redacción de ese periódico se alimenta casi en exclusiva de quienes pasan por las aulas del periódico de Miguel Yuste? Me parece bien que se señalen los vicios de la Universidad -yo soy el primero en hacerlo- pero no hay que culpar en exclusiva a los centros de enseñanza superior de la mayoría de los males que aquejan al periodismo.
Respecto a la segunda cuestión que Larraya pone sobre la mesa, la de los correctores, creo que estos expertos sí ayudarían a paliar el problema. Lamentablemente, los empresarios periodisticos, en su empeño por reducir costes aun a costa de la calidad de los contenidos, no están por la labor. Ellos tienen una excusa perfecta, como bien apunta el Defensor: "Es inaceptable que un profesional cualificado pida auxilio para que alguien limpie su trabajo u oculte sus carencias".
Estoy de acuerdo en que el redactor debe pulir al máximo sus textos y es el máximo responsable de sus informaciones. Pero una segunda lectura, en este caso de los correctores, no sólo limpia sino que enriquece y contextualiza mucho más los textos informativos. Creo que sería una buena idea reforzar - o en su caso crear- unos buenos departamentos de edición y control de calidad. Pero me temo que esta sugerencia no es del agrado de los empresarios. ¿Acaso a ellos les importa la calidad?
El artículo del Defensor (necesaria suscripción)
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