lunes, junio 12, 2006
Melilla: la ciudad de las cinco culturas
Bonita panorámica, ¿verdad? ¿Adivinan cuál es la ciudad? Les doy algunas pistas. Tiene 12,3 kilómetros de extensión y está emplazada en la parte occidental de la ensenada comprendida entre los cabos de Aguas y Tres Forcas. Si les digo que está en el norte de África y que mira a las islas Chafarinas y al Mar Mediterráneo, posiblemente habrán acertado. Sí, Melilla.
Los amigos de la Federación de Servicios Públicos y Administración de Comisiones Obreras (CCOO) me invitaron recientemente a participar en un Curso de Comunicación celebrado en la ciudad, para hablar de Periodismo en Internet. Desde aquí quiero darles las gracias por el trato recibido y por acogerme como uno más del grupo.
Tuvimos la oportunidad de hablar de la interactividad -materia que dio mucho juego para posteriores reflexiones irónicas-, del hipertexto y de cuestiones relacionadas con el periodismo en general. Pero la cita sirvió también para saborear una ciudad en la que conviven cinco realidades distintas: cristiana, hebrea, musulmana, gitana e hindú, y que alberga una gran riqueza étnica y cultural.
Aprendimos los secretos de la Ciudad Vieja, nos adentramos en la historia de los recintos fortificados y supimos de aquel episodio del cañón que disparó una bala que ayudó a trazar los límites de la ciudad que ahora conocemos.
La estancia sirvió para comprobar que las calles de la ciudad autónoma conservan igualmente un importante legado modernista de principios del siglo XX. La arquitectura urbana modernista llegó a Melilla gracias al arquitecto Enrique Nieto, un discípulo de Gaudí que puso su imaginación al servicio del ayuntamiento de la ciudad.
Degustamos ese impagable té de yerbabuena que los melillenses toman a todas horas, regateamos -con mejor o peor suerte- con los incansables tenderos de la ciudad, que lo mismo te venden unas babuchas que una chaqueta de cuero, unos pantalones vaqueros, un reloj, un bordado o una tetera. Al final uno sale de la tienda desorientado, con sensación de hastío y sin saber si realmente ha hecho una buena compra.
Y pasamos también por el puesto fronterizo de Nador, para conocer la ciudad marroquí, la Mar Chica y el monte Gurugú, escenario de tragedias humanas que aparecen en los libros de historia y en los periódicos de fechas no muy lejanas. Tragedias y dramas humanos que se repiten todos los días en el límite de Melilla y Nador, una delgada línea que separa la miseria de la abundancia.
Para acabar la jornada, un almuerzo en el porche de una casa situada a escasos metros de la playa de Charrane, muy cerca del cabo Tres Forcas. Una imagen se quedó grabada en mi mente y me acompañó en el viaje de vuelta a Madrid. La mirada de Ahmed, uno de los niños que nos acompañaron durante el almuerzo, a escasos metros de la mesa, esperando su oportunidad para vendernos algunas bolsas de pipas.
Al acabar la comida me acerqué a él y le regalé mi gorra. Le tuve que decir varias veces que era suya porque el pequeño parecía no dar crédito a lo que estaba viendo. ¿Por qué me la das, así, sin más?, decían los intensos ojos verdes de Ahmed, quien alargó tímidamente su mano para recoger el inesperado obsequio. Unos ojos preciosos y una hermosa sonrisa. Gracias por tu mirada, Ahmed. Hiciste honor a tu nombre, de origen swahili, que significa algo así como "digno de alabanzas".
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P.D. Un fuerte abrazo del Guerrero para Macu, Ana, Francisco Javier, Rocío, Mercé, Pau, Juan Carlos, Manuel Jesús, Lali, Antonio, Tony, Alicia, Pepe, José Emilio, Andrés, Juanjo, Iñaki, Maribel y Jesús.
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